“Al reprimir el sentido del olfato, el hombre ha reprimido su
sexualidad”, dejó escrito Freud. Y no estaba falto de razón, porque lo cierto es que nuestro propio cuerpo genera el más poderoso de los afrodisíacos, el olor corporal, efluvios que se desprenden de las glándulas apócrinas que todos los humanos tienen en las axilas, y alrededor de los órganos sexuales femeninos y masculinos. Cada uno de nosotros posee además una marca odorífica, como si se tratase de una huella dactilar.
Este carácter excitante de los
aromas personales es conocido desde la antigüedad, aunque hasta hace unos años no se descubrieron los agentes causantes: unas partículas que transportan los olores, llamadas feromonas. Se conoce relativamente bien su funcionamiento en los animales, pero poco se sabe de cómo actúan en los humanos, excepto con algunos experimentos aislados sobre la menstruación femenina.
De lo que no cabe duda de que la nariz juega un papel muy importante en el amor. Fue la antropóloga Helen Fisher quien aseguró que si no te gusta el olor de una persona, tiendes a rechazarla.
Sin embargo, todo esto cambia una vez que te has enamorado y ya te encuentras acostumbrado al perfume natural del otro. Éste entonces actúa como un afrodisíaco que permite que continúe la relación sentimental y amorosa; es un tipo de señal especial que hará recordar esta unión.
El bioquímico George Pretti ha establecido en sus investigaciones que a los varones les resultan más atrayentes las mujeres antes de la ovulación, y menos durante la menstruación.
Como dato curioso, mencionamos que el escritor alemán Luis Thome achacava su éxito con las mujeres a que impregnaba sus pañuelos con olor axilar.
Imagen: DiarioCorreo
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